Parece claro que Valdoviño no es en origen un tan aparente “Valle del vino”, de hecho son la mayoría de los lingüistas los que así piensan. Ellos nos guían al Valle de Aviño. “Et est ipsa hereditate mea propria que habui de avulorum et parentorum meorum in villa que vocitant Pousada de Avino, in territorio Trasanquis” (texto de 1172). «Está, en esta heredad, mía propia, que recibí de mis abuelos y padres en la villa que llaman Posada de Aviño, en territorio de Trasancos». Aviño, por abundar más, parece un celtismo hidronímico pariente de Ave, Avia, Avión, A Baña, que significaba el catedrático Juan José Moralejo, como prado húmedo. Un valle que acaba en praderas llenas de vida hasta fundirse con el mar.
Nuestra historia se pierde en la noche megalítica, con los hallazgos de la presencia de los primeros moradores. Quién sabe cuántos de nosotros, ártabros de la Terra de Trasancos, descendemos de los primeros habitantes de los castros. O si nuestros ancestros trabajaron para la Roma Imperial en la extracción de oro y estaño, como decía Estrabón que contaba Posidonio.
Esa noche de los tiempos amaneció también en Valdoviño, hasta llegar al Medievo, una época fértil para esta tierra lejos de lo que acontecía en la mayoría de Europa. Podemos imaginar a un peregrino que camina cara San Andrés de Teixido, va buscando con devoción a su Santo. Llega desde Portugal en un largo y penoso viaje. Entre sendas y veredas oscuras, con posibles asaltos, fieras en los montes… El frío invernal se junta con el viento del mar. Ha ido superando etapas; pasando por A Coruña, Ferrol; la meta está más cerca. Saliendo de las villas, los caminos no son seguros, hay que andar aprisa, hasta llegar a un lugar donde descansar, libre de las posibles amenazas antes de la última y larga etapa hasta la meta final en los acantilados de Ortegal.
El punto de parada, el campo base antes de acometer el asalto a la cumbre, fue Valdoviño. Posadas, capillas e iglesias nacieron y dieron cobijo a los caminantes. Quizá por eso Valdoviño fue haciéndose con gentes de todas las partes de la Artabria, de este Norte del Norte de Galicia.
Una ‘caldupeira’ daba una buena taza de caldo al cansado peregrino y escuchaba las historias que luego contaba a las gentes en las noches de invierno. Un pousadeiro daba ocio al visitante. Es ésta una reseña al medievo valdoviñés digna de mención aparte: El carácter acogedor de las buenas personas de esta tierra, que siempre dieron cobijo a los que aquí quedaron. Ese carácter sigue muy presente como el lector observará.
Muchas iglesias se levantaron en Valdoviño para resguardar el Camino. San Mamede y Santa Eulalia, son las primeras y seguirían otras, Sequeiro, Lourido, Lago, Timiraos, As Neves, Taraza y Valdetires, todas ellas documentadas a principios del siglo XII. En el camino a San Andrés, en el lugar de Liñeiro en Loira, está «A Capela da Fame» (Capilla del hambre), cuyo nombre es ya toda una declaración de intenciones y un indicador del carácter acogedor con los peregrinos de las gentes de Valdoviño.
Llegados a este punto podemos citar a la profesora María José Rodríguez Blanco, que nos recuerda la similitud en los términos Balduino/Valdovino repicando un curioso eco del Romancero Carolingio.
Balduino es nombre germánico insólito en el repertorio galaico de ‘Nomina Possessoris’, y parece claro que estas tierras no pertenecían a ningún Balduino. Pero si hablamos en términos absolutamente medievales, hay un ‘Valdovino’ romancero, todo junto, como hoy.
Puede la imaginación representar la escena, déjenla volar. Piensen en un Caballero Cruzado Sanjuanista de Jerusalén de Teixido y Régoa, que cuidaba esta ‘autopista’ de la Edad Media hasta los cantiles de Cedeira, bien marcada con señales en forma de Cruces de Malta.
Llega peregrinando y les habla a las ‘caldupeiras’ de Cabo do Porto, en la posada, que Valdovino (Balduino) era rey en la Jerusalén de la que él llegaba un rey valeroso y decidido a salvaguardar la cristiandad. O cuando paró a rezar en la Ermita de Nuestra Señora de Liñeiro, la Ermita ‘da fame’, el hambre que quitaba a los peregrinos. ¿Acaso no pudo pagar unas buenas misas por el rey Cruzado ‘Valdovino’ que sucedía la Godofredo en la lucha por la Tierra Santa?
Valdoviño da para novela histórica y de las buenas. Lejos de una oscuridad medieval como en otras zonas de Europa, el Medievo nos trajo una luz casi renacentista. Debemos poner en valor una pequeña parte de esa historia porque fue clave para el siguiente paso, los siguientes cientos de años.
Valdoviño saltó hacia el futuro a base de trabajo. Un gremio de salado de pescado en el siglo XIII era referencial en la zona, salazón de carne de ballena, los primeros cultivos industriales agrarios… ¡patatas!
Fueron estas tierras administradas por los Traba y por los Andrade. Los vecinos defendieron con las armas sus vidas en no pocas ocasiones. Árabes, ingleses, franceses, hasta contra los propios feudales se luchó cuándo fue preciso. Nuestros lugares y topónimos, son citados y recitados en muchos textos arcanos excepcionales.
Fue de los primeros ayuntamientos en proclamarse como tal en 1812, con la nueva constitución, creando Pantín y Valdoviño. Dicen los historiadores que se podría argumentar un ayuntamiento, ya continuado en el tiempo y hasta nuestros días, desde 1835, cuando se vuelve al municipalismo en España.
Hoy se recuerda esa historia con las ferias locales, como la Medieval, sin olvidar todas las que ya hay en el calendario desde San Isidro al Corpus y al Carmen, San Mamede, San Miguel, Santiago. Fechas que nos indican claramente de dónde viene Valdoviño, un lugar al que siempre regresamos, como el caballero cruzado, en un peregrinaje particular, y volvemos a oler a sal y a yodo; a la espuma del mar, ese aroma especial que en ninguno otro lugar se respira como aquí, en nuestro Norte del Norte. Donde, quién sabe, un antiguo rey descansó después de sus cruzadas y se quedó prendado de estas tierras, ya para siempre.
Alberto Torres